Despertar


Despertar y saber que ya pasó.
Entender que ese cuerpo blanco que tanto ansié tocar, fue como un poco de viento que se fue; así como se van a ir, de a poco, cada uno de los detalles bañados en alcohol, esos que hoy aprieto en la memoria para no olvidarlos.
Despertar, y repasar cada día como si fuese una rutina, y pensar que si se pudiera volver el tiempo atrás, haría el doble de lo que hice; y sentir culpa por no haber vivido ciertas cosas que en realidad no hubiesen cabido en mi tiempo.
Despertar, mirar el mural, y acordarme de cada una de las caras de esas maravillosas personas que hicieron posible ese viaje, ese viaje que todos escriben como un punto final, cuando en realidad es apenas un comienzo.
Despertar siete días después con un nudo en el estómago, dolor en los pulmones, y candombes en la cabeza porque todavía la enfermedad más linda te está invadiendo.
Despertar pensando en cómo voy a resolver todos los después que se me vinieron. Porque Bariloche es así, es una bisagra, un antes y un después, un viaje que te cambia todo el caparazón que te envolvió durante 17 años.
Despertar pensando en que ese viaje ya no va a ser la tan esperada meta, sino que todo lo responsable y material es la gran ola que se viene.
Despertar y pensar que son sólo cuatro meses los que quedan de pisar esas aulas sólo y sólo si tus amigas van a cursar con vos.
Despertar y pensar que ya se fue, ya pasó, queda el recuerdo hecho canción; queda el recuerdo en cada gota de alcohol que tomes, en cada beso con tu mamá, en cada truco con tus amigos, en cada reloj que te cuente las horas, en cada paso que des, en cada cuadra que camines y tenga ese particular olor a Bariloche.

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