Oportunidades

¿Quién habrá inventado la palabra "Oportunidad"? ¿De qué deriva? ¿A qué se asemeja? ¿Cómo es ser oportuno? ¿Sustantivo, adjetivo, o verbo?
El sujeto predica a la oportunidad.
La oportunidad objeta que se debe aprovechar. Se hace cosa, sentimiento, pasión, tristeza, alegría.
Nadie sabe cuando convertirla. Pero todo el mundo sabe que está ahí, que es esa. Sabe que está ahí, y pues ¿¡CÓMO DEJARLA PASAR?!.
Llega el tren, inundado de oportunidades, repleto, desbordado, y por la ventanilla asoma sólo una. Sólo una a la vez quiere saltar. Sólo una a la vez va a intentar bajar, caer al mundo real, convertirse en vida o ser una oportunidad para siempre. No vuelve, no se regenera, no invierte su dinero, no aprovecha el día soleado, ni vuelve a ver cómo cae la lluvia sobre el vidrio reluciente. El tren es todo para la oportunidad. Y está en cada uno estirarle los brazos. Los brazos llenos de confianza y sonrisa que la invitan a darle el saludo: DALE, TIRATE, YO TE AGARRO!
Las oportunidades lidian a diario con el traje, la corbata, el banco, el billete, el brillo, el poder, el status, y el miedo. El miedo del ser a no poder ser lo que cualquier ser desea ser. El miedo de no poder decir el trabalenguas ante el publico. El miedo de caer. La careta, la gran careta, la piñata de monedas vacías de deseos, los sueños vacíos de sueños, los insultos colmados de insultos. El peinado de moda, la moda, la ropa, el taco, el maquillaje. El maquillaje...
Las oportunidades lidian con todo lo que los seres creemos estresante. Y nadie las tiene en cuenta. Todo el mundo mira el tren todos los días. Mira. Mira. Mira. Y no ve.
Pero hay una excepción, la más grande excepción que puede existir. La madre de las oportunidades, la reina, la maestra, la especialista: La oportunidad de amar.
Ella es la única que todos los días se asoma a la ventanilla. Se multiplica. Reproduce su sentimiento. Se enamora, llora, muere, y resucita. Tiene causa, efecto, corazón y cerebro. Todos los días existe la oportunidad de amar.

Personalmente, varias veces me subí al tren. Me senté en el asiento, lo convertí en trono por unos minutos, y me bajé. Con todas las oportunidades llorando. Otras tantas me senté en el puente a ver cómo pasaba el tren, y ahí estaban ellas, pidiendo a gritos que tan sólo abriera los dedos, que no cruce los brazos, que pegue el salto, que le pegue al miedo. Otras tantas personifiqué las oportunidades. Pero todo fue en vano. No había nada que yo ya pudiera hacer al respecto. Siempre lidiando, nunca conforme. Hasta que apareció la excepción, bajó del tren, con pies, manos, y corazón, y decidió cruzarse, por delante mío, con todo el tupé de llevarse la tristeza, vomitando todas las oportunidades que yo había perdido, recuperando la sonrisa espontánea, sin planes, sin miedos. Apareció el oportuno. Personificado, hecho cosa, sentimiento, pasión, alegría. Llegó quedándose, sin ruedas, sin trenes, porque todos los días existe la oportunidad de amar.

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