Brevísima historia
Sus pies inquietos me despertaron. La cama estaba fría, había un abismo entre cada cuerpo, sentía que estaba congelándome. Nunca dormimos tan espaciados, esa noche presentía lo malo. Pero era tal el cansancio que acabó por envolverme. Aún así me mantuve de espaldas, estaba expectante, no sé, lo presentía, sabía que algo iba a pasar, y el no moverme era una forma de esperar lo peor. Sentí su mano en mi pelo, y cerré los ojos. No quería que supiera que estaba sintiendo cada segundo de su respiración. Perdía sus dedos en mi pelo, y en mi cuello, me acariciaba tan sigilosamente que se me erizaba la piel. Y entre medio siento una congoja, no mía, sino de él: estaba llorando. Supuse que no quería hacer ruido, pero aún así entre tanto se sentía alguna que otra lágrima queriendo no callar. Y comenzó a hablarme. Temía por lo que fuera dicho, porque sabía que era todo lo que no supo decir en la vigilia de nuestros días. Temía porque sabía que se lo había guardado y lo que se mantiene en si...