Palabras
De vez en cuando el paraíso se siente en las entrañas. No hace falta explorar el cielo para encontrarlo, simplemente acariciar el vientre y exponerlo al contacto puramente mágico del sentimiento, ese claro y fuerte sentimiento, que aparece cuando se emite una vocal, unida a una consonante, o a otra vocal, dependiendo el orden, dependiendo la sinapsis. Cuando dos letras se conectan e intercambian su sentido, y forman una palabra, ahí todo deja de ser vacío, todo cobra sentido, todo puede verse con luz y esa oscuridad tan honda y estrecha que habitaba en el planeta deja de existir, por un momento, mientras se pronuncia, o se lee, o se piensa. No hace falta que esté, puede ser tácita, puede ser un hilo de vida que se alarga a medida que se baila al son de la prosodia, o de la conciencia, o de la inconsciencia.
La palabra define al hecho y el hecho a la palabra. Son paralelos, y a veces unen sus manos para fortalecer su relación. Pero quizás su amor no es tan fuerte como el nuestro. Quizás sólo habría que diferenciar el por qué decimos y por qué hacemos, en vez de enfocarnos en decir o hacer. Quizás no importan tanto los hechos sino por qué decimos que queremos hacer una cosa y hacemos otra. O quizás el qui está en cómo poder decir y hacer lo que realmente sentimos. Quizás mezclando las realidades pudiéramos tener miles de amaneceres repletos de palabras, y otras tantas noches de hechos, y otras cien tardes de verdades. Nuestras verdades, no las construcciones sin sentido de "por qué se hace esto y no lo otro" o "esto está bien y esto está mal".
O quizás podamos unir tus libros y mis libros y así le encontraríamos la vuelta, de algún modo, aunque hasta acá hayamos perdido todo...
Esta perspectiva, aprehendida de momentos, de experiencias, de virtudes y defectos, es una perspectiva llena, son palabras plenas, carentes de angustia y hundidas en sangre, en la que corre por las venas, repletas de oxígeno, vivas, buscando ser. Tan reales y tan subjetivas como la vida misma. No está el error en hacer o deshacer, o perdonar o no perdonar, sino aceptar esa subjetividad, que al fin y al cabo, es tan abarcativa como el cielo mismo. El mismo cielo que nos acuna, que nos unió, y que quiere vernos caminar por la arena de la mano como dos extraños que se juntaron y se aceptaron.
La palabra define al hecho y el hecho a la palabra. Son paralelos, y a veces unen sus manos para fortalecer su relación. Pero quizás su amor no es tan fuerte como el nuestro. Quizás sólo habría que diferenciar el por qué decimos y por qué hacemos, en vez de enfocarnos en decir o hacer. Quizás no importan tanto los hechos sino por qué decimos que queremos hacer una cosa y hacemos otra. O quizás el qui está en cómo poder decir y hacer lo que realmente sentimos. Quizás mezclando las realidades pudiéramos tener miles de amaneceres repletos de palabras, y otras tantas noches de hechos, y otras cien tardes de verdades. Nuestras verdades, no las construcciones sin sentido de "por qué se hace esto y no lo otro" o "esto está bien y esto está mal".
O quizás podamos unir tus libros y mis libros y así le encontraríamos la vuelta, de algún modo, aunque hasta acá hayamos perdido todo...
Esta perspectiva, aprehendida de momentos, de experiencias, de virtudes y defectos, es una perspectiva llena, son palabras plenas, carentes de angustia y hundidas en sangre, en la que corre por las venas, repletas de oxígeno, vivas, buscando ser. Tan reales y tan subjetivas como la vida misma. No está el error en hacer o deshacer, o perdonar o no perdonar, sino aceptar esa subjetividad, que al fin y al cabo, es tan abarcativa como el cielo mismo. El mismo cielo que nos acuna, que nos unió, y que quiere vernos caminar por la arena de la mano como dos extraños que se juntaron y se aceptaron.
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