La vida en un salto, me estremece tu canto y el rechinar de tu sonrisa. La vida en un salto, sabes muy bien cómo resumirme. La vida en un salto. En el borde. Perpetua la calma que me hace entender que cada vez que miro alrededor no me interesa saber quién es. Sólo yo. La vida en un salto. Metáfora insoluble. No se entiende. No se explica. ¿Cómo es que la niña ya no está viva? La vida en un salto. En un suspiro. Se va de un arrebato. Para vivir no alcanza con respirar. La vida en un pensamiento, en un cruce de ideas, en un invento. La vida encerrada, encarcelada, sin imágenes ni sorpresas. En la vida no hay vida. Hasta que no la pierdas no sabrás entender lo que significa.
No sé por qué razón mi corazón siente la fuerza de un imán cuando tú estás en la ciudad. No sé por qué razón dentro de mí estalla una tormenta cuando me cuentan de ti. Y la memoria se me llena de perfumes y caricias, de recuerdos que me envenenan. No sé por qué razón el porvenir es una pesadilla tan gris. Márchate de mi vida, llévate mi pasión. Márchate de mi vida, llévate mi pasión. Ya sé que tengo que sobrevivir, como si nunca hubiera compartido contigo la primavera, y no prestarme más al juego cruel de tus labios, de tu risa, de tus ojos que me hipnotizan. Tendré que imaginar algún lugar donde esconderme con mi amiga la soledad, lejos de la tentación, de tus labios, de tu risa, de tus ojos que me hipnotizan. ...
El tiempo es propio de nuestra conciencia. Si nosotros sabemos dominarlo, la secuencia y frecuencia de acciones y reacciones, es más llevadera. Cuando se pierde el valor de la conciencia, y por lo tanto, del rol que ocupa el tiempo en ella, el equilibrio formado por cada ser humano sobre el peso del valor a nosotros mismos, se quiebra. Se quiebra el sentido de valorarse a uno mismo, de auto-consolarse, de auto-escucharse; de dejar el flagelo archivado en el cajón, bajo llave; de perder la amistad con la parte satánica que el cerebro nos impulsa. Cuando uno pierde el equilibrio de la aceptación, y no sólo de las malas actitudes, pierde la total autonomía, y el derecho, para opinar sobre la valorización de los otros. Valorarse a sí mismo, perder el miedo a lo que rodea, quitar las vallas de las salidas, encontrarle el nudo a la soga para desatarlo. En el instante que nos asomamos al precipicio, tenemos que acordarnos de la verdadera razón por la que estamos acá: valorar. Así, e...
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