Sé
Yo lo sé. Lo sé muy bien. Te juro que lo sé.
Y no me arrepiento.
Los golpes son huellas. Y de ello se aprende. O no.
Pero lo sé.
Sé qué se siente cuando respiras y duele. Esa puñalada en el hígado, que perfora, y sigue latente, el dolor está, desgarrándose, lentamente; y mientras tanto respirar, con los mareos, las punzadas, mientras el corazón, ahí, con su sístole y diástole sin risa, sin amor...
Sé que se siente cuando sufrís la parálisis mental, el colapso, la desorientación; el abrir y cerrar de ojos que no te aclara la vida, las calles movidas, el sueño sin sueños.
Sé qué se siente cuando estás ahí, en la cama, sin poder mover los pies, y te levantas, empujando al mundo con los meñiques, todo es espuma, pero pesa tanto... Y llegas a tu casa, sin poder vaciar la mochila, con el peso en la espalda, con la nuca dada vuelta.
Sé lo que se siente.
Te juro que lo sé.
A veces miro la Luna, y me sonríe. No sé si es porque está orgullosa, o se me caga de risa. Pero en ese momento, me encuentro conmigo misma. Son tan sólo unos segundos, en los que siento mi piel y no me vuelvo ajena.
El resto es intolerancia.
Volver al mundo, con el desamor en la columna, con el peso del desapego. SOLTAR.
Eso sí que pesa. Nada de rutinas, ni facultades, ni religiones, ni hojas, ni letras, ni pasto, ni Sol, ni música, ni café, ni Sabina ni Serrat.
La vida es una batería dentro de cada cráneo. A veces se desquicia; otras se aprecia su melodía; otras suena enfurecida y otras puede sonar con armonía. ¿Se aprende a tomar su control? Aun no lo sé... Sólo tengo la certeza que quien pianta la cabeza, rueda sobre su meta, y escribe una hermosa letra, al compás de un gran tema que, risueño, se enreda en la cabeza.
Y no me arrepiento.
Los golpes son huellas. Y de ello se aprende. O no.
Pero lo sé.
Sé qué se siente cuando respiras y duele. Esa puñalada en el hígado, que perfora, y sigue latente, el dolor está, desgarrándose, lentamente; y mientras tanto respirar, con los mareos, las punzadas, mientras el corazón, ahí, con su sístole y diástole sin risa, sin amor...
Sé que se siente cuando sufrís la parálisis mental, el colapso, la desorientación; el abrir y cerrar de ojos que no te aclara la vida, las calles movidas, el sueño sin sueños.
Sé qué se siente cuando estás ahí, en la cama, sin poder mover los pies, y te levantas, empujando al mundo con los meñiques, todo es espuma, pero pesa tanto... Y llegas a tu casa, sin poder vaciar la mochila, con el peso en la espalda, con la nuca dada vuelta.
Sé lo que se siente.
Te juro que lo sé.
A veces miro la Luna, y me sonríe. No sé si es porque está orgullosa, o se me caga de risa. Pero en ese momento, me encuentro conmigo misma. Son tan sólo unos segundos, en los que siento mi piel y no me vuelvo ajena.
El resto es intolerancia.
Volver al mundo, con el desamor en la columna, con el peso del desapego. SOLTAR.
Eso sí que pesa. Nada de rutinas, ni facultades, ni religiones, ni hojas, ni letras, ni pasto, ni Sol, ni música, ni café, ni Sabina ni Serrat.
La vida es una batería dentro de cada cráneo. A veces se desquicia; otras se aprecia su melodía; otras suena enfurecida y otras puede sonar con armonía. ¿Se aprende a tomar su control? Aun no lo sé... Sólo tengo la certeza que quien pianta la cabeza, rueda sobre su meta, y escribe una hermosa letra, al compás de un gran tema que, risueño, se enreda en la cabeza.
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