s o l a
Siempre estuve sola.
Algunos dicen que la soledad es para pocos bien estructurados, amueblados de rutinas y polución laboral o estudiantil. Pero todos estamos solos. Y yo siempre estuve sola.
No estuviste vos.
Ni la terapia ni la vocación dan cuenta de esta atrocidad.
Nadie me lo dijo tampoco, porque siempre estuve sola. Y crecí, refugiada de toda la realidad inconsciente que solo algunos pocos saben convertirla. Todos nos cegamos con las lágrimas y el primer abrazo que figura. Nadie está ahí, ese abrazo tácito es tan hipócrita como todos dando abrazos sin sentido por la vida.
Y no hay n a d i e . Ni en las buenas ni en las malas, ni en el consuelo ni en la alegría, ni en tu casa ni en mi casa, ni en las vidas vacías ni en las llenas. Todos nos damos la espalda recíprocamente porque seguro no hubo tiempo, o no tuviste ganas, o las tuviste pero preferiste no hacerlo. Y así la vida va pasando a cientos de kilómetros por hora. Y estamos solos, por todos los momentos que dejamos pasar por el simple hecho que tenemos sólo nuestra perspectiva de la situación. No importa qué tan lastimado esté el otro, o qué tantas veces nos pidió la ayuda que ignoramos, o qué otras infinitas quisimos frenar las agujas del reloj sólo para encontrar un momento consigo mismo. Mientras el resto marchita, en soledad, fría, lastimosa, llena de heridas de todas las guerras que solitariamente debimos enfrentar.
Siempre estamos solos. Hasta el más puro de los amores se va. Dejándonos desapacibles, convirtiéndonos en seres apenas vivientes carentes de almas, porque de tanta desilusión se puede ver el hueco que existe en todas las personas. Si miras bien, acá te escribo, sola en mi hueco, porque todo se esfumó al igual que el mundo cuando necesitas un poco de amor.
Algunos dicen que la soledad es para pocos bien estructurados, amueblados de rutinas y polución laboral o estudiantil. Pero todos estamos solos. Y yo siempre estuve sola.
No estuviste vos.
Ni la terapia ni la vocación dan cuenta de esta atrocidad.
Nadie me lo dijo tampoco, porque siempre estuve sola. Y crecí, refugiada de toda la realidad inconsciente que solo algunos pocos saben convertirla. Todos nos cegamos con las lágrimas y el primer abrazo que figura. Nadie está ahí, ese abrazo tácito es tan hipócrita como todos dando abrazos sin sentido por la vida.
Y no hay n a d i e . Ni en las buenas ni en las malas, ni en el consuelo ni en la alegría, ni en tu casa ni en mi casa, ni en las vidas vacías ni en las llenas. Todos nos damos la espalda recíprocamente porque seguro no hubo tiempo, o no tuviste ganas, o las tuviste pero preferiste no hacerlo. Y así la vida va pasando a cientos de kilómetros por hora. Y estamos solos, por todos los momentos que dejamos pasar por el simple hecho que tenemos sólo nuestra perspectiva de la situación. No importa qué tan lastimado esté el otro, o qué tantas veces nos pidió la ayuda que ignoramos, o qué otras infinitas quisimos frenar las agujas del reloj sólo para encontrar un momento consigo mismo. Mientras el resto marchita, en soledad, fría, lastimosa, llena de heridas de todas las guerras que solitariamente debimos enfrentar.
Siempre estamos solos. Hasta el más puro de los amores se va. Dejándonos desapacibles, convirtiéndonos en seres apenas vivientes carentes de almas, porque de tanta desilusión se puede ver el hueco que existe en todas las personas. Si miras bien, acá te escribo, sola en mi hueco, porque todo se esfumó al igual que el mundo cuando necesitas un poco de amor.
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