Catalina

Sin rastros de expresarse hacia algún lado, buscó incansablemente su costado feliz. Se revolcaba en su interior como si estuviese revolviendo un poco de harina en forma de masa. Revolvía su pasado... ¿Quién había sido? ¿Quién es ahora?.

Quiso vencer sus miedos intentando explicar que era simplemente una niña; quiso opacar sus obligaciones con excusas baratas que sólo ella podía entender y creer. Quiso ponerle fichas a su única meta que era poder ser alguien en el futuro.
Pero nada podía cambiar su color pálido y su figura triste caminando las calles sin rumbo alguno.
Lloraba sin consuelo alguno por las pequeñas y simples complejidades estudiantiles, amorosas o por esas que no tienen explicación coherente y lógica.
Reía, con mueca de cansancio.
Naturalmente ella vivía aliviada, porque todas estas características las opacaba con su sonrisa  espontánea. Cualquiera creía que era simplemente una vida normal la que llevaba, sin complicaciones, estrechamente alejada de los precipicios.
Pero esta edad te incita a caer en el vacío, a apoderarte de las incompatibles e inconscientes acciones. Te incita a sobrevolar las experiencias complicadas.
Hasta que después de algún tiempo pudo entender que el mundo se trata de construir nuestros propios muros, que nos separen de lo que nos hace mal y que sean tan coloridos que nos encandile su luz.
Comprendió también que cada uno de esos muros se tienen que ir construyendo ladrillo por ladrillo, lentamente, paso a paso; y si alguien te ayuda, queda más prolijo.
Entendió que para ser alguien se necesita de voluntad y fuerza, sobre todo para enfrentar lo que no nos agrada.
Entendió que quienes desean ayudarla, son sinceros a la hora de escucharla.
Pero por sobre todas las cosas, entendió que hay que vivir los momentos porque, al fin y al cabo, el "para siempre" siempre se termina.

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