Sentidos

Es tan absurdo escribir sobre lo mismo. Siempre. Es lo más fácil lo dramático, el sexo, el amor, la locura que genera el amor; incluso la muerte misma.
Los momentos fugaces de originalidad llegan en los instantes catárticos, desesperantes, de cólera; de borrachera, de droga, de inconsciencia. Son flashes, que hay que atraparlos y no soltarlos. Memorizarlos, y luego redondear la idea.
Y uno debe actuar exactamente, con precisión, para que no se escape esa lucidez.
Deben interactuar todos los sentidos, sin quebrarse, sin moverse. Agudizados, ceremoniosos, sigilosos.
No perder de vista las letras. No importa lo que rodea, lo que gira en torno a nosotros, sobre nosotros. No importa la nada que no existe.Cada palabra debe ser vista una y otra vez, sin que se escape ninguna vocal, ni consonante. Sílabas precisas, exactas, repetitivas porque es corregible. Importa mantener el punto fijo. Sin puntos ni comas.
El tacto. Sentir tu piel. Sólo un roce precisamente indefinido logra ese chispaso de viento, de luz, de todo. No importa el orden,  no importa la explicación. Sólo mis dedos en tu boca, elegante, tímida, apagada. Rozar tus miedos, pecados, inhibiciones, pensamientos lúgubres, los más tiranos deseos. Rozar tu sed, saciar tu hambre de esa nada que te atormenta asumir. Tocar tus pies, revoltosos, estremecedores, escalofriantes para tan poca cosa.
Oír, como van y vienen las palabras, los pensamientos. Esas ganas de gritar cuando te viene todo junto y no logras captar la idea. Gritar por el simple hecho de que apenas, quizas, una neurona, sea mas poderosa que todo un organismo intentando descifrarla.Captar esas voces. Roncas, poderosas, impulsivas al miedo, al temor, a la nube de polvo que automáticamente hace que todo se desvanezca.
Oler, tu perfume, esa musa, esa droga tan sana para la inspiración. Ese poderoso aliento a deseo, a grandeza pero a la vez una grandeza inocente. Esa vil forma de seducirme, porque sabes que la brisa que acompaña a la mañana, hace que tan sólo necesite olerte.
Saborear. Completar la hazaña saboreando la fruta prohibida. El placer de los dioses divinos. Esa erótica y exótica forma de demostrarte cuanto te deseo. Cuánto me gusta cuando me deseas.
Tu lengua, tu pecho, tu vientre, tus oídos, tus ojos, tus manos, tu piel. Tu veracidad, tu timidez, tu inteligencia, tu voz, tu talento, tu capacidad para lo nuevo, tu ser, íntegro, desde lo más profundo hasta lo más exterior. Exasperadamente escribo, no me dan las manos. Quiero expresar, todo junto, lo que generas en tan sólo milésimas de segundos. Sin necesitar todo junto, por partes, sentido por sentido. Ya no encuentro metáfora para opacar cuánto me gustas.

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