Adios
Te violentaste. Tiroteaste cada una de mis sonrisas. Golpeaste cada una de mis lágrimas. Quemaste todas mis palabras.
Fue el día en que yo me decidí a enfrentarte. Quería perder el miedo que te tenía a la hora en que tu mirada disparaba sus balas calladas hacia mí. El miedo que todas las noches se apoderaba de mi sueño y me impedía apoyar la cabeza tranquila. Miedo. Ese miedo que la mayoría de las veces me acorralaba entre preguntas y respuestas. Ese miedo... fue como un suicidio.
No podías emitir palabra, toda tu euforia la desquitabas por medio de tus manos rojas y tu rostro pálido. Yo sólo juntaba coraje.
Mientras tanto, reunía el valor para preguntarte: ¿Por qué?. Vos sólo llorabas, de bronca, de impotencia, de resaca.
Querías que me fuera pero a la vez tu genio maldito seguía dominandote.
Frenaste porque mi debilidad no te causó. Caí, rendida, al suelo. Todo se había ido.
Pero una voz interna me empujo a levantarme. Quería volar, alejarme de todo con la frente erguida, con el corazón en la mano pero aún así llevándolo, con el alma hecha pedazos pero honrada porque me había dado el empujon que necesitaba para irme.
Te mire, me miraste. Hice un gesto de desprecio, de desilusión, de tristeza.
Te dejé mis caricias, mis pensamientos, la pulcera que me arrancaste, y un par de cigarrillos. No me importo nada material, si tenías todo lo invisible a la vista...
Chau, adios, agresor.