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Ya reí, ya lloré, ya sufrí, ya me fuí. Volví, me quedé, valoré, y perdí.
Ya recorrí todos los lugares que siempre soñé, ya disfruté de domingos familiares y pude hacerle un regalo a mi hermano. Ya le dije a mi madre cuánto la amo, y le pedí perdon a mi padre.
Fui a confesar mi lujuria, y Dios me agradeció haberlo hecho.
Ya medité, y ya se me acabó la paciencia.
Ya tomé fotos, ya hice deporte, ya acepté mi afinidad por el cine.
Ya fumé, ya bebí, ya le hice el amor a la persona que más amo en este mundo.
Ya aprendí de mis errores y pude corregir mis segundas oportunidades.
Ya conversé con Satanás y prometió no llevarme con él.
Ya corrí palomas y les dí de comer, ya soñé con ser ave y poder volar sobre mí. Ya especulé con recuperar mi consciencia y no gastar mi dineral en cosas sin precio moral.
Ya fui sencible por los necesitados y ellos pudieron comprender mi falta de hambre.
Ya estudié, ya fui profesional, ya salvé corazones y me perdonaron por cada alma que se fué de mis manos.
Ya me formé como persona, y pude caerme en ello.
Ya entendí que para mejorar no se necesita aferrarse a la primer compañía que se cruza por tu camino.
Ya aprendí cómo reaccionar ante los miedos, y pude vencer a quienes me aterraban.
Ya comprendí que la política es un hecho indiscutible. Y entendí que muchos nos hablan de ser naturales, pero terminan siendo quienes ocultan sus rostros.
Ya supe cómo vestirme bien, y caminé por la calle con la vergüenza fuera de mí.
Ya discutí con mi esposa y a partir de aquel hecho pude valorarla como tal.
Ya escuché rock, pop, jazz; ya le mentí a mi mamá sobre los lugares que frecuentaba.
Ya superé mis días a costa de la innecesable cocaína universal.
Ya estuve a favor y en contra de cuestiones laborales, y me pude superarlo pensando en lo que realmente me hace feliz.
Ya tuve los mejores amigos que se pueden conseguir en este mundo comprado, y ellos gratuitamente me supieron aceptar.
Reiteradamente he cruzado las calles ebrio y no me han atropellado.
Ya me compré una casa enorme, y pude entender que nacemos y vivimos esperando el momento en que nuestro hijo se acomoda en nuestras manos cálidas.
Ya le enseñé a caminar, y hoy lo miro crecer con el orgullo que jamás he tenido por nada. Ya le pedí perdon por mi vida malgastada, y pudo entenderme.
Ya gasté todas mis palabras en este capítulo que sigue en pie porque ya planté un árbol, ya tuve un hijo... pero aún no he escrito un libro.

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