El mar


A veces me inundo de pensamientos que invaden el potencial que tengo para pensar. Viví la vida para los demás, pensando en qué es lo mejor para todos, no invado, no reprocho.
Pero ya no le hago caso a los sueños, ya no vivo igual. Dejo que todo fluya sin apurar ninguna meta. Me aparté de la carrera, porque me di cuenta que correr no estaba bien.
Empecé a temer en lo que venía. A veces mi cabeza se encerraba porque un coctel de miedos se apoderaba de mí. Veía mis ojos rojos y sentía que el mundo era demasiado grande para mi presencia. El sol me quemaba, la oscuridad me daba miedo. Y cuando ya no pude más, me ganó la curiosidad y quise más de lo que tenía.
Ahora estoy parado, aquí. El mar se abrió para mi, y me hizo retroceder unos pasos. Suspiro, y agradezco a la inmensidad que se hace desear en forma de olas. Olas que no paran de pronunciar mi nombre, olas que hacen que mi cabeza me domine y grite que nadie me puede salvar.
Siento el agua fría en mis pies, la locura es fiel a mis pensamientos. El culto que el mar realiza a la locura, es una completa excepción a todos los fenómenos existentes.
Me agacho, siento la sal en mis dedos. Vuelvo a ponerme firme, con la cabeza erguida y la frente bien alta. El cielo permanece azul.
Miro atrás por última vez, y veo las huellas que la arena conservó.
El mar... el mar... el mar. Ya no tengo miedo a esa inmensidad.

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